miércoles, 12 de octubre de 2011

LA COMIDA EN LAS CARABELAS DE CRISTOBAL COLON

En alguna ocasión, hace años, escribí un articulo periodístico titulado “El Almirante de las cien patrias”, para hacer mención a la gesta épica de Cristóbal Colón, un navegante cuyos orígenes están nimbados por una densa oscuridad. Los historiadores no se han puesto de acuerdo si Colón había nacido en Génova (Italia), en Cataluña (España), en Pontevedra, Galicia o en la isla de Mallorca (España), en Portugal o si bien era judío. Ese mismo misterio rodea el lugar donde se encuentran sus restos, ya que hay opiniones de que se hallan en la Catedral de Sevilla,, en la Catedral de la ciudad de Santo Domingo, e incluso de que se localizan en La Habana.

(No hay que olvidar que está cabalmente demostrado, por los hallazgos de las primitivas construcciones vikingas que han sido debidamente estudiadas, que los primeros en pisar suelo del continente americano, en el actual Golfo de San Lorenzo, fueron los vikingos, en el año 1000 de nuestra era. Esos navegantes venían encabezados por Leif Eriksson, quien fundó un establecimiento denominado Leifboundir, en la costa de Terranova (Canadá). A la región por ellos vislumbrada le dieron el nombre de Visland, en lengua islandesa, y a la cual nosotros conocemos como Vinlandia, por la abundancia de viñas que allí encontraron).

Hoy, miércoles 12 de Octubre, se cumplen 519 años de la llegada de Cristóbal Colón, a una pequeña isla del Mar Caribe. Habiendo zarpado del puerto de Palos de la Frontera (también llamado Palos de Moguer) el viernes 3 de Agosto de 1492, a bordo de una nao, la “Santa María” (anteriormente denominada la “Marigalante”), y dos carabelas, “La Pinta”, y “La Niña”, desembarcó ---tras 70 días de navegación--- en Guanahaní (una isla a 400 kms al norte de Cuba, del grupo de las Bahamas), a la cual Colón bautizó con el nombre de San Salvador.

Es casi seguro que no pocos se habrán preguntado qué comían los tripulantes de esas tres embarcaciones, en aquel histórico periplo náutico. Y acerca de este asunto de notoria importancia, ya que alimentarse durante los setenta días que tardaron en cruzar el Atlántico debió ser motivo de preocupación, tanto para Colón como para los marinos que lo acompañaron en aquel tormentoso viaje, comentaré que en el libro Las Naves de Colón, del historiador español José María Martínez Hidalgo, leo los pormenores de la pitanza de los noventa hombres que viajaron con Colón. “”Para la comida tenían gamellas (recipientes para colocar los alimentos), platos de madera, escudillas de barro y cuchillos, así como liarias (vasos rústicamente hechos) para la ración de agua. Los víveres embarcados comprendían agua, vino, aceite, manteca de cerdo, harina, bizcocho o galleta, tocino, sal, vinagre, judías, lentejas, cebollas, habas, ajos, aceitunas, pescado seco y en salazón, arroz, azúcar, carne de membrillo (sic), miel, queso, almendras, pasas y otras frutas secas en cantidad suficiente para un año. La base de la alimentación era el bizcocho, tocino, garbanzos, salazón y queso. Fernando Colón (hijo del Almirante) decía haber visto a muchos comer de noche la mazamorra, cuando no eran perceptibles los gusanos que, con la humedad y el calor de la bodega, pronto hacían su aparición”.

La escritora española María Inés Chamorro Fernández consignó en su libro Gastronomía del Siglo de Oro Español (2002) que “Se llamaba mazamorra al guiso con el que se alimentaba a los galeotes (remeros, casi siempre forzados, en los navíos llamados galeras) y a los marineros, que consistía en las legumbres disponibles, generalmente lentejas y garbanzos, cocidos juntos, y aliñados con algunos vegetales disponibles, normalmente pimientos”.

Al continuar con la lectura de Las Naves de Colón, me entero que ”Es probable que sólo hicieran una comida caliente al día, a eso de las once de la mañana, antes del relevo de la guardia, y siempre que el tiempo lo permitiera. No debía resultar cosa fácil, mientras la nave daba fuertes bandazos y se encapillaban golpes de mar, hacer una simple mazamorra en el fogón, reducidos a trébedes sobre una plancha de hierro o una losa con mamparos para resguardarlo del viento, y tierra para aislar el fuego de la cubierta. El capitán, el maestre, el piloto y el escribano comían en mesa, y el anuncio para sentarse a ella lo hacía un grumete diciendo: “tabla, tabla, señor capitán y maestre. Tabla en buena hora. Quien no viniera, que no coma”.

En otro párrafo leo que ”Los marineros, sin esperar llamadas rimbombantes ni discretas, irían a las inmediaciones del fogón ---la isla de la olla, le decían--- cuando su olfato adivinara que estaban hervidos los ollaos, y alargando la escudilla al paje en funciones le dirían: ¡Por la mesana!, acomodándose luego encima de unas adujas de cabo, en los cuarteles de la escotilla o en el sitio más resguardado que encontraran”.

“”Salazar describe la comida de la marinería: “En un santiamén se sienta la gente marina en el suelo, y sin esperar bendición sacan los caballeros de la tabla redonda sus cuchillos y gañavetes de diversas hechuras, que algunos hicieron para matar puercos, otros para desollar borregos, otros para cortar bolsas, y cogen entre sus manos los pobres huesos, y así los van desforneciendo de sus nervios y cuerdas, y en un credo los dejan más tersos y limpios que el marfil. Los viernes y vigilias comen sus habas guisadas con agua y sal. Las fiestas recias comen su abadejo. Anda un paje con la gaveta del brebaje en la mano, y con taza, dándoles de beber harto menos y peor vino, y más bautizado que ellos querían. Pedid de beber en medio del mar, moriréis de sed, que os darán agua por onzas, después de estar hartos de cecina y cosas saladas, que la señora mar no conserva carnes ni pescados que no vistan su sal. Y así todo lo que más se come es corrompido y hediondo””.

Esta era, según lo relata José María Martínez Hidalgo la comida en las embarcaciones de Cristóbal Colón (a quien el historiador Luis Amador Sánchez llamó “”el primer Quijote español””) hace 519 años.

En otro hermoso libro, Pasajeros de las Indias, escrito por el historiador mexicano José Luis Martínez, se describen las peripecias de quienes, una vez “descubierto” el Nuevo Mundo, conquistadas y a punto de ser colonizadas sus principales ciudades, decidían viajar, décadas más tarde, a las tierras allende los mares. En ese interesante volumen leo lo siguiente, acerca de la alimentación de aquellos viajeros: “”Lo primero que tenían que tenían que hacer quienes decidían viajar a América era llegar a Sevilla, donde contrataban e iniciaban el viaje. En seguida, se requería tener el permiso expedido por la Casa de la Contratación de las Indias, o bien de las Reales Audiencias, los virreyes o los gobernantes de las Indias, en el caso de los viajes a Europa. Una vez instalados en el puerto de salida y provistos de los permisos correspondientes, los pasajeros debían tratar con el dueño de un barco, su capitán o su maestre, para establecer el pago del pasaje, además de que se debían prevenir para llevar consigo todo el matalotaje y los alimentos que hubieran menester para el viaje. Salvo el agua de que los proveía, parca y malamente el barco, los pasajeros debían llevar cuanto necesitasen para su persona y alimentación. Los pasajeros que se embarcaban en España se proveían en Sevilla con relativa facilidad, y los que lo hacían en Veracruz, La Habana, Cartagena o Santo Domingo, de lo que allí hubiere. Las provisiones constaban, por lo general, de bizcocho, vino, puerco y pescados salados; vaca, probablemente como cecina; habas, guisantes y arroz; queso, aceite y vinagre.

“”Ya en espera en el puerto, obtenidos los permisos, compradas las provisiones y los ajuares personales y pagado el pasaje, el traslado y acomodo de cuanto tenía que llevar el pasajero , debió ser difícil y después un problema permanente. Además de la ropa, objetos personales, cama, cacharros para preparar los alimentos, guardados en fuertes y pesados baúles, el pasajero tenía que llevar su alimentación y bebidas para dos o tres meses de travesía. El peso de los víveres por hombre oscilaba entre ochocientos y novecientos kilogramos en la salida.

“”Una vez superados los mareos y adaptados al ritmo de vida del barco, y a su monotonía mientras no se presentaran tormentas y peligros, los primeros días de navegación debieron ser agradables a los pasajeros. El agua, el vino y las provisiones eran aún abundantes y frescas; y para quienes no supieran cocinar ni llevaran un criado que los auxiliara, el intento por prepararse un potaje caliente debió ser motivo de diversión para los demás. En el desayuno se comía cualquier cosa fría. La comida del medio día era la más importante, y probablemente la única caliente. Entonces se prendía un fogón colectivo, siempre que hubiera buen tiempo, y allí acercaban todos sus sartenes, asadores y pucheros para cocinar sus alimentos. Si no se tenía amistad con el cocinero la preparación de los guisos se tornaba bastante problemática, dada la afluencia de quienes deseaban acercar sus cacharros al fogón.

“”Es posible que los momentos más gratos del viaje fuesen las escalas, en las Canarias, apenas iniciado el viaje, y en las islas del Nuevo Mundo, cuando ya estaba a punto de concluir la navegación oceánica. Eran un descanso de las incomodidades del barco, y la ocasión de beber agua fresca, lavarse y probar las comidas y las frutas americanas”

Para concluir, quiero señalar que no es fácil imaginar lo que en su momento significó cruzar el Atlántico, hace poco más de cinco siglos, en una lenta embarcación movida por el viento. Ese viaje seguramente fue considerado por muchos de los pasajeros como una verdadera penalidad, especialmente en lo que concierne a la alimentación a bordo. El hecho de no disponer de suficiente agua fresca y de alimentos en buen estado de conservación durante la dilatada travesía de poco más de dos meses, debió ser motivo de incomodidad y desaliento para aquellos viajeros, quienes se vieron obligados a comer carnes secas, saladas y agusanadas, con tal de cumplir su anhelo de llegar a las tierras recientemente descubiertas, en las cuales pensaban encontrar grandes riquezas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Impactante la descripción de como debieron comer esos hombres en especial hacia la ultima parte del viaje